Leo hoy en un periódico digital una noticia acerca del entrenador del Barcelona, Luis Enrique, en la que se relatan sus problemas en la gestión del equipo de fútbol, etc. A este hombre, como entrenador de este club, se le exigen desde el primer día resultados extraordinarios y tan buenos como los que hubo en el pasado inmediato. Nadie le da tiempo, porque todo el mundo a su alrededor ha construido ya un relato de éxitos, triunfos inmediatos desde todos los puntos de vista (resultados, calidad futbolística, estética, etc.). Cualquier nuevo proyecto exige tiempo. No es razonable vivir bajo esta presión permanente, no es lógico esperar lo que otros han construido en su cabeza o en su corazón con absoluta inmediatez, frente a la realidad cotidiana que exige tiempo y plazo.
Algo muy parecido a lo que sucede con muchas empresas. Algunos (analistas, inversores, brokers, especialistas de todo tipo, etc.) han definido en su imaginario unos resultados, si o si, y cualquier cosa que se aleje de ello es considerado como malos resultados o incluso como un fracaso. No importa la realidad, lo que importa es una realidad construida entre cuatro paredes en base a muchos análisis. Tampoco aquí parece importar el tiempo o el largo plazo. Todo ha de ser inmediato. Triunfa la cultura de la inmediatez (la cultura del ya tanto para hacer como para reivindicar) adornada de cierto espectáculo como nos recordaba Vargas Llosa. Y esto mismo sucede con programas de televisión que no consiguen un porcentaje de audiencia determinado en un breve plazo de tiempo.
No hay tiempo para el tiempo, no hay tiempo para la reflexión, para el largo plazo, para aprender de los errores (no se permiten por mucho que hoy se hable de la necesidad del fracaso como experiencia), para tener una cierta perspectiva. Y si alguien se rebela contra esto rápidamente será anatemizado y tachado de todo: resistencia al cambio, no querer salir de su zona de confort, el mundo no se para, etc.
En su libro “La corrosión del carácter” Richard Sennet definía el carácter como el modo de ser peculiar y privativo de las personas por sus cualidades morales. Afirma que el carácter se centra en el aspecto a largo plazo de nuestra experiencia emocional. Y si esto es así, y yo estoy de acuerdo, Sennet se preguntaba:
¿Cómo decidir lo que es de valor duradero en nosotros, en una sociedad que es impaciente y está centrada en lo inmediato?
¿Cómo conseguir metas a largo plazo en una economía entregada al corto plazo?
Tengo la sensación de que nos estamos volviendo un poco locos. Que los tiempos han cambiado y siguen cambiando es evidente. Pero no termino de ver con claridad la necesidad de tanta inmediatez, de tanto “ya”, la validez de tantos resultados previstos en laboratorio, ni la bondad de un cortoplacismo que además ha de ser cuanto más rápido mejor.
¿Tal vez sea el miedo a que las máquinas nos acaben superando? ¿Nos está haciendo esto mejores? ¿Actuamos así con convicción o estamos dejando que otros nos marquen la pauta, y bajo la apariencia de eficiencia y eficacia nos estamos convirtiendo en marionetas de una cultura interesada del “ya”? ¿Cuánta realidad oscura está ocultando un mundo con prisa y alimentado permanentemente de inmediatez?