En el mes de octubre que ha finalizado se ha inaugurado en la Gran Vía madrileña una tienda de ropa muy conocida. La inauguración ha sido todo un acontecimiento mediático y miles de personas han pasado por la misma desde su inauguración.
Hemos podido ver desde la calle o desde la comodidad de la tv como cientos de personas hacían fila antes de su apertura para poder entrar, a veces, esperando un tiempo que nos parece a muchos insólito. En definitiva, más que un evento comercial parece que hemos asistido a todo un fenómeno sociológico.
Ha sido esa perspectiva sociológica la que ha generado muchas reflexiones y comentarios, algunos muy sesudos. A mucha gente le ha llamado la atención cómo era posible que la gente pudiera hacer cola para acceder, a otros la fiebre consumista que eso implicaba, otros se han preguntado acerca de los salarios que pagan y acerca de los costes de fabricación en países de extremo oriente. En fin, en algunos casos las reflexiones hablaban de una sociedad adormecida, manipulada y solo preocupada por el placer de la compra barata y a la moda, mientras a nuestro alrededor se suceden tragedias, políticos que nos engañan, recortes en el estado del bienestar, etc.
Ya digo, reflexiones muy sesudas y legítimas, ¡qué demonios!
Verán, a mí me gustaría hablar de otra cosa. No de la inauguración, ni de las colas ni del aborregamiento de la sociedad, ni de la falta de movilización contra la derecha, el capitalismo, etc. Nada de eso.
A mí lo que me ha llamado la atención es el comportamiento de la gente dentro de la tienda. La oportunidad de conocer de forma directa a algunas personas que trabajan allí y escuchar sus experiencias me hace preocuparme de otras cosas. Me explico.
• Clientes que ni siquiera saludan, por ejemplo con un sencillo buenos días, cuando se dirigen a un trabajador de esa tienda.
• Clientes que utilizan un vulgar “oye” cuando se dirigen a un trabajador de esa tienda.
• Clientes que debieron de faltar a la clase de Barrio Sésamo en la que se explicó la expresión “por favor”
• Clientes que no dan las gracias cuando son correctamente atendidos.
• Clientes que cogen las prendas, se las prueban y las dejan tiradas por cualquier sitio o incluso las tiran al suelo sin ningún rubor.
• Clientes que manifiestan en muchos de sus actos una evidente falta de educación y que actúan como si las personas que trabajan allí fueran su servidumbre o incluso sus esclavos.
Y es llamativo que estos comportamientos están presentes en todo tipo de personas (los modernos hablarían de transversalidad): gente joven y gente mayor, gente vestida muy bien y gente vestida muy mal, gente que se les nota en su forma de hablar un cierto nivel cultural y gente que no lo tienen (sabesss no…).
Me lo han contado, y he sido testigo de ello. No puedo decir que sea generalizado pero sí creo que muy extendido y no solo en esta tienda nueva sino en muchas otras. Y esto sí que me parece preocupante porque denota falta de educación básica, de virtudes ciudadanas, de sentido cívico y de respeto hacia el trabajo de otros.
Queda la impresión de que muchas personas han asumido, de forma equivocada, ese papel de que el cliente siempre tiene razón, de que el cliente es el rey y de que puede hacer lo que le da la gana. Es verdad, somos clientes, pero no somos los reyes. En realidad influimos muy poco en lo que nos venden y más bien somos objeto de estudio de mercado para que nos acaben colocando lo que, quienes de verdad mandan, quieren.
Pero debe ser que ese comportamiento tirano, hace que bastantes personas crean que son las que cortan el bacalao. Craso error, me temo. Ese supuesto reinado se está ejerciendo equivocadamente y contra unos sujetos, casi siempre indefensos, que realizan un trabajo no fácil y con una remuneración económica y emocional, que casi nunca compensa ni el propio trabajo desarrollado y mucho menos soportar a ese cliente que no entiende cuál ha de ser de verdad su papel y que no entiende la necesidad de la educación, quizás porque carezca de ella.
Y esto sí que es malo, muy malo.