Desde hace quince años llevo mi coche al mismo taller. Hace ocho meses compré un coche de segunda mano muy barato y en muy buen estado. Su único problema era que al arrancar se calaba y había que tenerlo acelerando un ratito. Lo llevé a mi taller habitual y me dijeron que habría que cambiarle la junta de la culata y que eso era muy caro. El coche me había costado mil euros (un Golf fantástico) y me dijeron que no me merecía la pena arreglarlo dado que, salvo ese inconveniente, el coche estaba perfecto.
El otro día lo llevé a que me rellenaran el gas del aire acondicionado. Al recogerlo quien me entregó el coche me dijo “tienes una sorpresita” y efectivamente, cuando arranqué el coche lo hizo a la primera y sin calarse. Hasta hoy sigue funcionando perfectamente. Por cierto, el arreglo lo hizo porque tuvo la inquietud de averiguar qué le pasaba al coche y si eso podía tener arreglo.
Verán, esto me hace reflexionar sobre el sentido de ser profesional, sobre la idea de ser responsable en nuestro trabajo. Frente a una cierta indolencia del estilo “es que habría que cambiar”, “es que eso sería muy caro y no le merece la pena” me encontré con una persona comprometida con su trabajo, responsable y que se preguntó si un problema determinado podría tener arreglo. Es una diferencia fundamental por sí misma y de cara al cliente.
Por cierto, quien se comportó como un profesional era un señor sudamericano.