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Cuando yo trabajaba por cuenta ajena y ahora cuando tengo mi propio proyecto, siempre ha sido costumbre, especialmente si se asume una posición de responsabilidad (jerárquica o no), no irse de vacaciones si se producía una cierta situación de crisis en la empresa (fuera del tipo que fuera). En la medida de lo posible se sigue al pie del cañón para dejar solucionados los problemas y, a veces, eso implica, ni más ni menos quedarse sin las mismas. Los problemas no se postergaban entonces, ni los postergo ahora. En ningún momento me he encontrado con gente que se planteara una reflexión del tipo “vamos a irnos de vacaciones y ya a la vuelta, más frescos todos, veremos lo que se puede hacer”. No, no se nos pagaba para eso. Ahora los clientes tampoco pagan por actitudes de ese estilo.

Sin embargo, contemplo como nuestros antiguos políticos (la casta) y los nuevos políticos (los jóvenes castores) han preferido marcharse de vacaciones y aparentar que los problemas se abordarían a la vuelta de las mismas. Qué quieren que les diga, no me parece razonable. La procrastinación no suele ser un buen remedio para casi nada.

Pero en fin, quizás ninguno de ellos sepa lo que es procrastinar.