Vivimos tiempos muy curiosos. Se nos hacen insistentes llamadas para que busquemos en nuestro interior la clave de nuestra propia felicidad y de nuestro propio desarrollo. Y eso no está nada mal, al contrario, está muy bien porque seguramente ese ha de ser el punto de partida. Lo malo es que muchas de esas llamadas han convertido a esa búsqueda en el punto final o de llegada. Y a partir de ahí, todo se centra en uno mismo.
El mundo en el que vivimos es cada vez más complejo y lleno de peculiaridades. Ya casi nada de lo que nos rodea puede estar bajo nuestro control, las cosas se nos escapan.
Cada vez somos más narcisistas, algo propio de la modernidad y como dice de forma brillante Helena Béjar en una Tercera de ABC vivimos en una modernidad carente de otra certeza que no sea uno mismo. En este contexto, ¿qué mejor que creer que controlamos nuestras vidas?
Pero ese centrarse en uno mismo, convertido en meta, deja demasiados interrogantes y consecuencias. ¿Qué sucede con mi entorno?, ¿qué sucede con los demás? Escuchaba una vez a una de estas conferenciantes amantes del pensamiento positivo afirmar “me separé porque mi pareja no me aportaba nada”. La gran pregunta que quedaba en el aire era ¿qué aportabas tú? De modo que se puede acabar cayendo en una especie de enfoque de vida en virtud del cual solo me interesan aquellos que considero saludables y felices y que, en consecuencia, aumentan mi bienestar. Los demás se convierten en un medio para mis propias ambiciones y mi propio desarrollo.
Nunca como ahora se ha hablado tanto de la “gente tóxica”, de aquellos que no nos convienen, de los nuevos apestados que no piensan en positivo, los que son tachados de pesimistas.
Se positivo, es bueno para tu salud, está demostrado científicamente, tiene muchas ventajas, fortalecerá tu sistema inmunológico. ¡Y además, dos huevos duros, añadiría yo!
Así, desde esta perspectiva nuestras situaciones particulares, nuestra forma de pensar y de afrontar la realidad nunca obedece a causas externas, ni a causas sociales ni a nada que se le parezca. Todo está en nuestra mente, todo depende de nuestras interpretaciones. Y si cambiamos nuestra interpretación ¡zas! problema resuelto.
Cuando me formaba como coach viví una experiencia en la que en la clase una persona voluntariamente se ofreció para ser objeto de una sesión de coaching. Planteó el problema que una compañera de trabajo le suponía todos los días por su comportamiento, hasta el punto de tenerla amargada. Tan afectada estaba por esa situación que incluso se echó a llorar en la sesión de coaching. Toda la reflexión y aprendizaje que recibí de uno de mis formadores fue “tiene que decidir cómo quiere que le afecte esa situación”.
Parece como si ese nuevo pensamiento te dijera de forma contundente: no te preocupes por salvar el mundo, tienes que salvar tu mundo. Esta autorrealización nos encierra en nosotros mismos, porque nos hemos convertido en los únicos importantes. Nos hace creer que somos más libres, más autónomos pero no deja de ser una ficción. El poder usa esa perspectiva para que todo se reduzca a la mirada propia y sobre uno mismo. Cualquier problema ha de ser enfocado desde la perspectiva del pensamiento positivo, porque todo está en tus manos, en tu interpretación. No hay causas externas, no hay causas sociales, no hay causas económicas, no hay causas estructurales.
Todo depende de ti. Lo malo es que cuando no logras tus objetivos, cuando no sales del desempleo, cuando no has conseguido ese cambio de trabajo, cuando no has logrado lo que parecía que estaba a tu alcance, ya no puedes mirar fuera. Tienes que mirar dentro y asumir tu voluntad débil, tu falta de ganas. ¡Ay de nuevo! Las cosas no han salido. Claro, es que eres un gilipollas.
Claro que es necesario mirar en nuestro interior, claro que es bueno sonreír, pero también llorar y quejarse de vez en cuando. Ahí fuera siempre habrá problemas que nos afectarán, queramos o no y la solución no pasa por la interpretación que hagamos de ellos. Claro que hemos de centrarnos en lo que podemos cambiar pero sin olvidar que ahí no se acaba nuestro camino, ha de seguir para contribuir, aunque sea de manera mínima, a solucionar los problemas del mundo.
Termino. Me llama la atención que un enfoque que debiera, aparentemente, estar pensado para liberar a las personas, me temo que las está volviendo más esclavas de sí mismas y de los nuevos poderes tan empeñados en hablar de responsabilidades individuales y tan poco de situaciones que desbordan la individualidad. A mí, por lo menos, me resulta raro.
Recomendaciones:
Sonríe o muere. La trampa del pensamiento positivo. Bárbara Ehrenreich. Leído.
The Wellness Syndrome. Carl Cedeström y André Spicer. Leída una entrevista con uno de los autores. Muy buena impresión.
Emilio lo has captado, hay demasiados profetas en las empresas vendiendo humo e imagen, contratan a cualquier Gurú, no están interesadas en formar para solucionar los problemas y rentabilizar, solo interesa lo políticamente correcto y que no molesten, si alguien se sale del guión
no sale en la foto, es una mentalidad tóxica muy arraigada en la política empresarial.