Hace aproximadamente dos semanas que he visto la película Las flores de la Guerra y todavía estoy impactado por ella. Es una película de nacionalidad china, dirigida por Zhang Yimou en 2011 y protagonizada por Cristian Bale como único actor occidental conocido. La película nos sitúa en la invasión de China por Japón y concretamente en la masacre de Nankin. Un lugar, en el que los libros de historia sitúan una de las mayores matanzas realizadas por el ejército imperial japonés: aproximadamente 300.000 personas muertas. Ese es el contexto de esta película.
No voy a decir que sea una película hermosa. Casi todo lo que vemos en la pantalla rezuma violencia, dolor, degradación y el comportamiento brutal de unos seres humanos (diferentes y distantes a nosotros como son los japoneses) a los que contemplo con la misma sensación con la que veo a los oficiales alemanes de las SS en los documentales: aterrado viendo cómo podían llegar a convertirse en alimañas.
Pero es el propio color de la película el que nos descubre un trasfondo que poco a poco se vislumbra: frente a la barbarie, la brutalidad, la violencia y el dolor surgen historias de redención, de transformación, de bondad y entrega, de sacrificio y de segunda oportunidad aún sabiendo que la muerte pudiera ser el final.
Y descubriremos ese trasfondo a través de diversos personajes y me ciño solo a algunos. Personajes que seguramente no los calificaríamos de “ejemplares”.
Nos encontraremos en una Iglesia que se ha convertido en el último refugio de un grupo de niñas, de un joven que ayudaba al sacerdote que ha fallecido, un hombre de profesión enterrador y un grupo de prostitutas que deciden buscar allí refugio y un oficial del destruido ejército chino.
El personaje interpretado por Cristian Bale (el enterrador) es un personaje egoísta, que solo busca su propio beneficio y al que le gusta el dinero, el alcohol y las mujeres. Ese personaje acabará asumiendo el papel de párroco ante los japoneses para así poder interponerse, a riesgo de su propia vida, entre las niñas allí refugiadas y los afanes brutales de los japoneses por romper esas vidas inocentes mediante la violación y el abuso. Podría haberse marchado pero decide quedarse allí sabiendo que él es la única y dudosa posibilidad de salvación de las chicas. Impresionará su protección hacia las muchachas y la escena en la que se le ve rezar vestido de sacerdote. Aquí encontraremos al ser humano que elige el bien a pesar de su pasado.
Las prostitutas que, también, buscarán refugio en la Iglesia. Convivirán con roces y dificultades con las alumnas pues serán vistas como mujeres pecadoras y sin moral. Pero esas prostitutas harán entrega de sus vidas para salvar a las niñas. Una vez más, entregarán sus cuerpos pero no para cobrar y dar placer sino para evitar que ese papel lo tengan que jugar unas niñas a las que lo único que les queda por perder en medio de ese entorno (han visto la muerte, el horror, la brutalidad, la violencia sexual) es su vida. El sacrificio de las prostitutas sabiendo que van a una muerte casi segura las ha redimido de cualquier pasado que hayan vivido. Se hace plena realidad lo que San Mateo nos cuenta que dice Jesus de Nazareth (MT 21, 31) “hasta las prostitutas os precederán en el reino de Dios”
Es una película que nos presenta una realidad muy de nuestro tiempo y de todos los tiempos. ¿Qué podemos hacer frente al mal? ¿Cooperar, dejarnos llevar, hacerle frente con el bien? ¿Es el contexto una eximente? En la película podemos ver a un oficial japonés que acude a escuchar el canto de las niñas en lo que queda de la Iglesia. Le gusta oír sus voces. ¿Hay esperanza con una persona así? Al final no hará nada por ellas. Se dejará arrastrar por el mal bajo la excusa de cumplir órdenes.
Frente a todo el dolor y maldad se levantará la dignidad, entrega y sacrificio de unas simples prostitutas, la dignidad y verdad de un hombre que sabiendo los riesgos que corre decide hacerse pasar por sacerdote porque eso es lo correcto. Y la propia dignidad de las niñas al cambiar su manera de ver a las prostitutas. Verlas como seres humanos y no como seres miserables y de inmoralidad.
Es verdad que en “nuestro mundo cercano y actual” no asistimos a las brutalidades que la película nos relata pero si nos encontramos con frecuencia con el mal, con el abuso, con la violencia y con la injusticia. ¿Cómo actuamos?, ¿Cómo nos enfrentamos a esa realidad? ¿Cómo el personaje del falso sacerdote, como las prostitutas? o ¿somos como el oficial japonés? A veces, no hay que irse a la guerra para ver muchas cosas, las tenemos muy cerca, quizás no sangren y no hagan el ruido de los sables y las pistolas pero están ahí y el mundo, algún día, nos interpelará acerca de cómo fue nuestro comportamiento. Quizás, ese día, no nos sorprenda ver que las prostitutas nos preceden.