Camino a la Escuela

Déjenme que les cuente dos experiencias recientes que me han hecho reflexionar bastante.

Días atrás me quedé literalmente pegado a la pantalla del televisor al terminar de comer. En lugar de castigarme con las noticias de cualquiera de los canales, he tenido la suerte de topar en Canal Plus con un documental fantástico: Camino a la Escuela.

Narra de forma sencilla, sin dramatismos y con una enorme belleza en las imágenes el esfuerzo que unos niños de Kenia, Argentina, Marruecos y la India realizan para poder asistir a la escuela. Largos desplazamientos, los peligros de un recorrido en un entorno, muchas veces, hostil y de naturaleza salvaje, y aun así la fuerza y la voluntad que sus padres y ellos mismos ponen en realizar un esfuerzo cuya compensación en el tiempo tardará en llegar.

Confían en aprender y en que ese aprendizaje les permitirá un futuro mejor. Pero todavía asombra aún más, observar que más que una esperanza, para ellos es una certeza. Conmueve ver las imágenes, escuchar sus diálogos y conocer su entorno de vida. ¡Qué gran lección!

Por otro lado, la semana pasada finalicé la impartición de un curso cuyo alumnado estaba compuesto por personas que han vivido dificultades importantes en su vida y a las que el sistema suele adjetivarles con la frase de •”en riesgo de exclusión social”. No es el primero que imparto y me sigue impactando lo que veo y lo que comparto con ellos durante cuatro días. ¡Otra gran lección!

Para mí, al menos, son experiencias que me enseñan.

Conmueve en el documental ver como dos hermanos empujan, para ir a clase, a otro hermano que ha de ir en silla de ruedas; a unas niñas que hacen un enorme recorrido por áridas tierras de Marruecos y en un territorio que algunos adultos califican de peligroso; a unos hermanos que recorren todos los días 18 km a caballo para ir a clase y otros 18 para volver; o a otros hermanos que han de caminar por la sabana cerca de manadas de elefantes, jirafas y otros, antes de alcanzar un colegio con unas instalaciones que ninguno de los que vivimos en la sociedad desarrollada admitiríamos para nuestros hijos.

De esos niños y padres aprendo que la vida es esfuerzo, que casi nada es gratis, que los objetivos implican muchas veces sacrificios y posponer la satisfacción, algo que aquí en nuestra desarrollada sociedad ya casi hemos olvidado.

De mis alumnos me asombra su actitud de pelear, esforzarse por aprender, trabajar por salir de una situación nada fácil. Personas de edades que van desde los 22 a los 60 años. Personas que luchan por volverse a mirar con dignidad en el espejo cada mañana. Volverse a levantar y plantar cara. Coraje. Sí, son cosas que me enseñan y me hacen volver a pisar el suelo. Y no menos el trabajo de las personas que a diario trabajan con ellos acompañándoles en ese camino de volver a recuperar lo que realmente son: un proyecto único e irrepetible de vida.

Sospecho que vivimos esperando demasiado de la vida y entonces, esos niños y padres, mis alumnos me hacen recordar a Viktor Frankl: no se trata de lo que esperemos de la vida sino de lo que la vida espera de nosotros.

Gracias.