El otro día compartía mesa con buenos y antiguos amigos. En un momento de la conversación le hice a uno de ellos, antiguo directivo de una compañía que ya no existía, la siguiente pregunta ¿si la empresa no se hubiera vendido, a pesar de la crisis actual, hoy en día seguiría activa y facturando? Su opinión fue rotunda: sí.
Seguimos hablando de esta cuestión y quizás sea el momento de contar una pequeña historia aunque mantendré una cierta ambigüedad sobre datos para que no se identifique a la empresa. En el fondo es una historia que, como muchas otras, ya conocemos al margen de un sector específico.
Hablábamos de una empresa española, fabricante de productos para otras grandes de primer equipo. Comenzó como una empresa familiar que sin mayor pena ni gloria se mantenía en el mercado. La incorporación de dos directivos a dos puestos claves supuso el empujón definitivo para que la compañía se expandiera dentro y fuera de España convirtiéndose en un proveedor de primer nivel, con un importante desarrollo tecnológico y con plantas en diversas localidades dentro y fuera de España. Creció en facturación, en rentabilidad y en empleo de forma sólida. Y por lo que sé, no demasiado de este éxito habría que atribuírselo al propietario sino más bien al equipo directivo que allí se formó, comenzando por los dos directivos ya comentados que dieron el impulso necesario.
Comentaba mi amigo que a día de hoy esa empresa seguiría en el mercado, habría tenido que hacer ajustes como muchas otras, pero que su nivel de clientes y su consolidación con los mismos garantizaba la continuidad en el tiempo. Pero era su desarrollo tecnológico, su I+D, su capacidad para innovar y para captar nuevos clientes lo que la hubieran garantizado la continuidad.
Pero hete aquí que el “excelente propietario” comenzó a despedir a ciertos directivos (paso previo) y finalmente vendió la empresa a una multinacional del sector, por supuesto, por una pasta gansa. A fecha de hoy esa multinacional ha perdido a la mayoría de los clientes que aquella empresa tenía, se han cerrado la mayoría de los centros de trabajo que la empresa tuvo y la casi totalidad del personal ha sido despedida. Es decir, un magnífico resultado para el tejido empresarial y productivo español.
Nunca podré negar a un propietario la capacidad y libertad de poder vender aquello que es suyo porque creo en el libre mercado. Ahora bien, cuando una parte muy importante de eso que es de su “propiedad” se debe al esfuerzo, el trabajo y el buen hacer de otros comienzo a tener mis dudas sobre esa libertad absoluta. Algo se nos escapa cuando un mercado o una sociedad contemplan estas cosas sin inmutarse y sin reflexionar en voz alta sobre ello. Algo no se está haciendo bien aunque haya quien piense que el mercado equilibrará. Y no estoy proponiendo ninguna intervención externa, que nadie se alarme.
Y tengo más dudas cuando los resultados vistos son de auténtico desastre. Alguien se ha ido con los bolsillos llenos, una multinacional la ha cagado de mala manera, muchas personas han sido despedidas (que poco impacto tendrá en sus grandes hojas de cálculo si cientos de empleados se van a la calle o la pérdida de importantes cuentas), se habrán perdido desarrollos tecnológicos que inciden en la marca país, se habrá perdido una importante masa crítica gris que se ha esparcido y que, por las edades de las que se trata, en muchos casos casi ninguna empresa (esas que siempre hablan de la importancia de las personas y de la importancia del talento) volverá a contratar por aquello de los costes, los colmillos retorcidos y demás tonterías.
Es lo que hay. Quizás por eso no va como nos va. Como decía un personaje de Forges: “país”