Tuve el privilegio de que alguien me descubriera a Richard Sennet. En el año 2001 pude leer su libro “La corrosión del carácter” un magnífico ensayo sobre los efectos que la nueva economía había generado. Ya el título anticipaba  muchas de las ideas que se reflejan en el libro.

En el 2006 tuve la oportunidad de leer un segundo ensayo del mismo autor titulado “La nueva cultura del capitalismo”. En esta segunda obra ahondaba y ampliaba muchos de los aspectos que ya había abordado en su anterior libro.

En ambos, el autor, como decía antes, reflexionaba sobre los cambios que la llamada nueva economía, la globalización y demás realidades, estaban generando en nuestras sociedades y como, además, eso estaba y está afectando a las personas. Sus obras nos hablan, en definitiva, de las consecuencias que todo ese cambio estaba generando.

Revisando con la perspectiva que dan los años y el paso de los mismos, me asombra contemplar como muchas de las cosas que el autor manifestaba siguen hoy plenamente vigentes e incluso se han radicalizado. Añadamos a todo lo anterior, el impacto de la tecnología (con todas sus variantes) en nuestra vida personal y profesional.

A mi juicio, Richard Sennett ponía negro sobre blanco que si somos lo que hacemos, y el trabajo es una parte sustancial de ese ser, es inevitable que los cambios que han afectado al trabajo, nos hayan afectado a nosotros como seres humanos que vivimos en sociedad y en relación permanente unos con otros.

De manera general, tenemos asumido que el mundo del trabajo, al menos en la sociedad occidental que conocemos, es uno de los ámbitos de nuestra vida en la que este fenómeno se ha manifestado con mayor virulencia. Las crisis, y especialmente la última, han tenido una consecuencia final que se ha traducido en elevados niveles de desempleo o de empleo precario en las sociedades, incertidumbre en aquellos que continuaban trabajando y un cambio en el modo de entender la relación entre trabajador y empresa, y entre trabajador y trabajo.

De manera resumida, pero no exhaustiva, ¿cuáles eran, a este respecto, las conclusiones de Sennett que me parecen tan actuales?

  • Somos lo que hacemos, el trabajo es una parte sustancial de ese ser. Si dejamos de hacer significa que perdemos una parte del ser. Es esa una de las terribles secuelas del desempleo. Es verdad que hoy en día los niveles de desempleo se han reducido de manera notable, pero no han desaparecido, de la misma manera que no ha desaparecido la incertidumbre del que trabaja. Asimismo, ha aparecido el fenómeno de los mileuristas, el empleo precario y otras realidades relacionadas con el trabajo. Ser asiduo a Linkedin supone asomarse a un balcón en el que todas las anteriores realidades pueden ser observadas con rostro, nombres y apellidos.
  • El carácter es el modo peculiar y privativo de las personas por sus cualidades morales. El carácter se centra en el aspecto a largo plazo de nuestra experiencia emocional. ¡¡¡Qué pocas cosas vivimos ya en el largo plazo!!!
  • ¿Qué es de valor duradero en nosotros en una sociedad que es impaciente y está demasiado centrada en lo inmediato? Las empresas ya no dan un marco a largo plazo y eso obliga a improvisar, desaparece el relato vital. En ese relato vital de largo plazo es donde se iba conformando el carácter. Cuando ese largo plazo va desapareciendo es cuando aparece la corrosión del carácter. Esta pérdida de la vinculación a largo plazo es quizás el cambio más importante que se ha producido en los últimos tiempos. ¿Sigue existiendo el largo plazo en otras cosas salvo en las hipotecas?
  • ¿Cómo se consiguen metas a largo plazo cuando vivimos en una economía y en una sociedad que está centrada en el corto plazo?
  • ¿Cómo se sostiene la lealtad y el compromiso recíproco en instituciones que están en continua desintegración o reorganización?, ¿cómo se retiene el talento?
  • Cuando Sennett nos habla del trabajo artesanal, nos está hablando del trabajo bien hecho. Puede que en este mundo de locos en el que vivimos, el trabajo artesanal sea el único reducto en el que todavía nos podamos sentir dueños de nosotros mismos y de nuestro destino. Pero, ¿no hay cada vez menor amor por el trabajo bien hecho fruto de casi todo lo anterior?
  • El destino importa menos que el acto de partir. Si no hay movimiento es que estás muerto. Prisas, prisas y prisas. ¿Cuándo reflexionamos?
  • El concepto de riesgo en el modelo de vida actual: moverse y vivir en la ambigüedad y en la incertidumbre, cuando el ser humano vive una vida en permanente búsqueda de certezas.
  • El fracaso profesional. La profundidad de ese fracaso no permite estructurar una vida personal coherente.
  • La existencia de un capital impaciente que busca allá donde haya muestras de cambio y flexibilidad dinámica.
  • Pero esto no solo ha pasado con las personas, también ha pasado con las empresas. La empresa que no cambia, la empresa que no se mueve, la que no reestructura gente, no es atractiva para los inversores. No hay en ella potencial aunque fuera magnífica. Todo esto que viven las empresas ahora lo estamos viviendo las personas.
  • La importancia de la palabra potencial. Qué modo tan hermoso de proyectar hacia el futuro. Ya casi hemos olvidado cuando la experiencia era la madre de la ciencia.
  • Sennett señalaba que habíamos pasado de no poder encontrar trabajo porque nuestra edad acreditaba una escasa experiencia, a no tener trabajo porque a nuestra edad ya no tenemos potencial. Ahora la inexperiencia no deja acceder al mercado de trabajo y la edad sigue siendo una barrera. La tormenta perfecta.
  • Parece que la edad en la que somos viejos se adelanta cada vez más. Pero todo esto choca con la evolución de la medicina y el cuidado de la salud que nos permite vivir cada día más años y por lo tanto, prolongar nuestra vida útil.
  • Quizás parezca que hoy en día vivimos en una sociedad en la que los niveles de consumo y gasto hacen que aparentemente vivamos en un plano de estabilidad y de claro bienestar, pero cuando rascas, cuando hablas con muchas personas, sabes que muchas de esas conclusiones siguen ahí presentes y que el carácter de las personas está dañado porque seguimos buscando certezas en un mundo lleno de incertidumbre y ya nos las encontramos en muchas de las instituciones que antes podían ser fuente de seguridad. Quizás la única institución que pudiera ser fuente de seguridad pudiéramos ser nosotros mismos y nuestra capacidad para generar relaciones y vínculos, pero parece que muchos han renunciado a ello abrazados a un objetivo de bienestar propio sin mirar a nuestro lado.

Todas estas consecuencias nos han afectado de manera notable. Han afectado nuestra manera de ver el mundo, nuestra manera de entender el trabajo, nuestra manera de entender la relación con las empresas, y nuestra manera de entender nuestras relaciones personales y profesionales en el mundo del trabajo. Quizás, también, nos han dañado porque hemos pasado del sano escepticismo que nos hace preguntarnos a un cinismo en el que nos refugiamos sintiéndonos protegidos.

Necesitamos reflexionar sobre todo esto sobre muchas más cosas.

La próxima semana, más. Gracias por tu tiempo.