Días atrás, John Carlin escribía un excelente artículo en el periódico EL PAÍS en el que hablaba de diferentes realidades y era capaz, con bastante agilidad, de relacionarlas entre sí. El populismo en la política (Trump en Estados Unidos) y los populismos de diferente color de Europa (Le Pen, Podemos, etc.).
Enlazaba esas realidades políticas con otra muy distante: el fútbol. Y cómo en el mismo, habían aparecido actores con los que hace unos años no se contaba: Atlético de Madrid en España y en Europa, y Leicester en Inglaterra.
Terminaba su artículo con una, a mi juicio, excelente reflexión que me permito transcribir de forma literal “Pero la novedad no siempre denota un avance en la evolución de la especie. Quizá lo que estamos presenciando, más bien, es un retroceso. En una época de magnífica mediocridad.
Creo que efectivamente vivimos una época de magnífica mediocridad, de liderazgos mediocres en la gran mayoría de los ámbitos de la vida (economía, empresa, sociedad, política, etc.). Esa mediocridad en el liderazgo ha degenerado hasta el punto de que los liderados hayan puesto sus ojos y su confianza en el liderazgo espumoso.
En los últimos treinta o cuarenta años hemos podido asistir a toda una explosión teórica acerca del liderazgo (en todos los ámbitos) y curiosamente nunca los liderazgos, en términos generales, han sido tan mediocres. Lo que veo a fecha de hoy en las empresas, en los libros de management, en las conferencias, etc. es una cantidad de espuma espectacular.
Mientras esta mediocridad no cambie, las sociedades, los seres humanos que tan libres, interconectados, tecnológicos y globales somos (o eso nos hacen creer todos los días) seguiremos en esa peligrosa pendiente de mirar y abrazar a la espuma.
Necesitamos liderazgo. Creo que sí, y mucho. Liderazgo de trabajo, de carácter, de integridad, de honestidad, de esfuerzo, de sacrificio, de mirar un poco más allá de nuestras narices, de centrarnos en nosotros para así poder servir mejor a los demás, de verdad aunque no sea agradable escucharla.
Salir de la mediocridad no es fácil aunque ya casi nos hayamos hecho a ella. Lo que sí es fácil, y además peligroso, es caer en la espuma.