Tiempo atrás, el Papa Francisco en una reunión con colaboradores de lo que se denomina Curia Romana trasladó a los mismos una serie de reflexiones con el objetivo de que hicieran un “auténtico examen de conciencia” para reconocer sus límites y pecados, y pedir perdón a Dios como preparación a la Navidad. Y eran unas reflexiones que una vez leídas y reposadas podían servir, no solo a las gentes de la curia, sino a muchos directivos y profesionales del mundo de la empresa porque estaban llenas de sabiduría y verdad. Creo que pueden ser un excelente punto de partida para que muchos reflexionen sobre lo que están haciendo y cómo lo están haciendo.
Me permito compartirlas en este espacio con alguna breve aportación propia y haciéndolo en dos post deparados por algunos días.
Afirmaba el Papa que la curia formaba un cuerpo y “como todo cuerpo, como todo cuerpo humano está expuesta a las enfermedades”. En particular, mencionó quince enfermedades.
Así presentó el Papa estas quince enfermedades. Hoy abordamos una parte de las mismas.
La enfermedad de sentirse “inmortal”, “inmune”, o incluso indispensable, descuidando los controles necesarios y habituales. La ausencia de autocrítica, la falta de actualización, el no esforzarse por ser mejor. ¡Una visita a un cementerio nos podría ayudar a ver los nombres de tantas personas, de las que en algunos casos quizá pensábamos que eran inmortales, inmunes e indispensables! Es la enfermedad de quienes se convierten en dueños y superiores a todos, en vez de ponerse al servicio de los demás. Esta enfermedad deriva con frecuencia de la patología del poder, del “complejo de los elegidos”, del narcisismo que mira con pasión la propia imagen y no ve la de los demás. Un buen antídoto suele ser recordar que “somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer”
Magnífico recordatorio para tanto directivo, asesor, gurú, facilitador o lo que sea, que vive inmerso en la idea de la inmortalidad y no en esforzarse por ser mejor porque ya piensa que lo es. Convencidos de ser dueños de todo y por encima de todos porque son muy listos, hablan bien y han llegado muy alto. Las ideas de servicio, de ayudar, de preguntar ¿qué puedo hacer para que tú seas mejor y obtengas mejores resultados?, están fuera de lugar. Eso es para débiles. Directivos enfermos y que no saben que lo están.
La enfermedad del “martismo”, que viene de Marta, la excesiva laboriosidad. Sumergidos en el trabajo, descuidando inevitablemente otras partes (quizás las mejores de la vida) descuidando el descanso, o haciendo descanso para aún trabajar más (hombres y mujeres llenos de agitación interior). Sin tiempo para la familia y no respetando las vacaciones como momentos de regeneración espiritual y física; es necesario aprender lo que enseña el Eclesiastés: “hay un tiempo para cada cosa”
Ese activismo propio de hoy, habitualmente pobre de resultados realmente relevantes y de valor (en expresión tan cara a este mundo), el presentismo sin sentido, las reuniones permanentes y que poco aportan, el haber convertido la oficina o el entorno laboral en lo importante de la propia vida, el no querer estar en casa. Hay que preguntarse ¿pero de esta manera estoy siendo de verdad mejor profesional en mi trabajo?, ¿estoy aportando auténtico valor?, ¿ayudo así a generar resultados?. Qué útil recordar aquel afilar la sierra del que hablaba Covey.
La enfermedad de la “fosilización” mental y espiritual Un corazón de piedra y “duro de cerviz”; de quienes, con el tiempo, pierden la serenidad interior, la vivacidad y la audacia, y se esconden bajo documentos de papel, convirtiéndose en “máquinas de burocracia”.
Debes preguntarte si has perdido ese corazón que te permite empatizar con quiénes lo necesitan, llorar con quienes lloran y reír con quiénes ríen. Más allá de los problemas que el día a día te trae preguntarte si eres capaz de dormir bien, si tu interior está en paz, si sigues siendo capaz de reír y sentir. Preguntarte si sigues siendo una persona de carne y hueso, dotada de un corazón que no solo bombea sangre sino también emociones y sentimientos.
La enfermedad de una planificación excesiva y del funcionalismo. Todo está perfectamente, minuciosamente planificado. Nada se queda al albur de un posible cambio. Viva lo estático e inmutable. En cambio, ¿cuántas de esas personas de las organizaciones tienen en la boca permanentemente las palabras cambio y flexibilidad? ¿Eres de los que crees saberlo todo?, ¿dónde quedó tu creatividad, tu espontaneidad y tu innovación?
La enfermedad de la mala coordinación. ¡Ah el trabajo en equipo! ¿Cuántas horas y cuántos cursos dedicados al trabajo en equipo?, ¿qué equipos tienes?, ¿son equipos que funcionan como una orquesta que hace solo ruido?, ¿qué actitud tienes dentro de ese equipo?, ¿has perdido la comunión con el resto de tus compañeros?, ¿ya no colaboras con el resto de miembros? Cuando el pie le dice al brazo: “no te necesito”, o la mano a la cabeza: “aquí mando yo”, genera malestar y causa escándalo en la totalidad de la organización.
La enfermedad del Alzheimer espiritual o moral. El olvidarse de quiénes somos, de dónde venimos, de nuestra historia. ¿Has olvidado la ilusión de los primeros tiempos del trabajo?, ¿olvidaste el afán de ser un buen profesional? Ahora, ¿vives en un “presente” lleno de pasiones, caprichos y manías; edificando a tu alrededor muros y costumbres, convirtiéndote cada vez más en una especie de esclavo de ti mismo y de ídolos (poder, lujo, caprichos, dinero, etc.) que has esculpido con tus propias manos? ¿Dónde quedó tu ilusión?
La enfermedad de la rivalidad y de la vanagloria. Muy relacionado con olvidar de dónde venimos. ¿Se ha convertido la apariencia, la imagen, las insignias honoríficas, el buscar el reconocimiento, el tener, el poseer, en el objetivo primario de tu vida? ¿Dónde has dejado tu ser?
Seguiremos….