Cuando pregunto a mis clientes respecto a su trabajo, la respuesta invariablemente hace referencia al puesto que ocupan u ocupaban en su empresa y luego, si deciden ampliar un poquito la información casi siempre aparece una relación de tareas vinculadas a ese puesto.

No suelo encontrarme, por tanto, con personas que a la hora de abordar su trabajo lo hagan en términos de tener una visión un poco más global (palabra ciertamente un poco maldita), de modo que en la descripción de sus funciones se entretengan un poquito más en un enfoque diferente: lo que aportan.

Por ello, suelo preguntar después ¿cuál es su aportación? Y es la respuesta la que puede facilitar una perspectiva más global respecto al trabajo que realizan y respecto de la integración del mismo en una organización. Es plantear no tanto ¿quién es usted en la organización?, sino más bien ¿qué hace usted en la organización y para qué lo hace?

Preguntarse respecto a la aportación ayuda a volverse un poquito más humilde porque hace ver que “somos importantes pero formamos parte de”. Pero una perspectiva profesional y centrada en ser eficaz hace que aflore la reflexión respecto a ese “formar parte” y que esta nos lleve a una nueva pregunta: ¿lo estoy haciendo bien?, ¿es mi mejor versión?, ¿puedo hacerlo mejor? Lo bueno o lo malo de mi trabajo aparece y toma cuerpo en aquellos que reciben los resultados de mi trabajo.

Por ello, cualquier persona y especialmente los managers debieran pensar no solo en su área de especialidad o en su área de competencia, cargo o poder. Debieran pensar respecto a su aportación, respecto a su contribución. Y si esta, está siendo la mejor; y si él mismo está siendo eficaz. Es la vieja historia del albañil al que preguntaban respecto a qué estaba haciendo. Había uno que contestaba que construía una hermosa catedral. Ese estaba preocupándose por su aportación y por cómo la misma se integraba en la globalidad.

¿Cuál es tu aportación?