Este verano, en uno deseos días de calor absoluto, pude ver, por absoluta casualidad, un capítulo suelto de una serie de TV que se titulaba Borgen. Y no tuve más remedio que ver el resto de la serie. ¿De qué va Borgen?
Borgen es una serie que narra la vida política de una mujer, Birgitte Nyborg, que accede al puesto de Primera Ministra de Dinamarca, su posterior derrota en las elecciones, su período trabajando para la empresa privada y su vuelta a la política. Asimismo, la serie nos cuenta como toda esa realidad afecta a su vida familiar y personal. El título de la serie hace referencia al nombre que se le da al castillo de Christiansborg, lugar en el que se encuentra el parlamento, la oficina del Primer Ministro y la Corte Suprema.
Hay muchas cosas que acaban llamando la atención de esta serie: la magnífica actriz que interpreta a la Primera Ministra, la calidad general de la serie que me parece muy elevada, y la manera en la que muestra lo que es la vida política.
Casi todos hemos sentido siempre una cierta admiración por esos países nórdicos que siempre nos han parecido tan democráticos, tan abiertos y tan libres. Pues bien, conforme avanzamos en los capítulos de sus cuatro temporadas descubrimos comportamientos que nos sorprenden y nos hacen reflexionar. Hay cuestiones que no generan excesivos debates partidistas porque se consideran cuestiones de estado: política exterior, sistema educativo, política de defensa, modelo de protección social, etc.
Existe un permanente proceso de negociación, de tira y afloja, de buscar puntos de encuentro y acuerdo, de saber que se tiene que ceder en determinadas ocasiones. Queda la sensación de que se está ante políticos que miran al largo plazo más que al corto, políticos que no son santos ni angelitos, que disponen de informaciones personales y que alguna vez se atreven a usar, pero que parecen comprender que por encima de los partidos hay todo un país. Políticos que han entendido que no solo se gobierna para aquellos que te han votado sino para el conjunto de una sociedad.
Cuando estudiaba el concepto de negociación y cuando he asistido a seminarios al respecto, siempre he escuchado una idea cristalina que he hecho propia como una guía personal: win/win, ganar/ganar. Ese concepto aparece permanentemente en la serie, creo que es la gran enseñanza de la misma.
No somos uniformes, pensamos de diferente manera, creemos cosas muy distintas, vemos la realidad de formas muy diversas, etc., pero todos hemos de vivir y construir en un mismo lugar o país. Siempre hay un hueco para el diálogo y para el win/win, excepto con aquellos que lo que ponen encima de la mesa es un arma o la imposición. Quizás sea la única excepción y no porque la gente sensata renuncie a ello, sino porque la gente perversa y/o tonta no deja otra opción.
Merece la pena ver esta serie. Muchos debieran aprender de ella, no solo políticos. Disfrútenla.