No hace mucho finalicé la lectura de la obra de Mario Vargas Llosa “La sociedad del espectáculo” y algunas de las afirmaciones del autor no pudieron parecerme más certeras y definitorias del mundo que vivimos.
Afirma Vargas Llosa que vivimos la primacía de las imágenes sobre las ideas. Vivimos en un mundo en el que todo es apariencia, todo es teatro. Un mundo en el que nada existe fuera del lenguaje, y en el que el lenguaje es quien construye el mundo que creemos conocer y que no es nada más que una ficción manufacturada por las palabras.
Y la sociedad de ese mundo vive prendida a la novedad, no importa cuál sea con tal de que sea nueva. Y en esta civilización del espectáculo, el cómico es el rey.
Todo el libro destila un cierto pesimismo por lo que vivimos, aunque no parece que Vargas Llosa pierda la esperanza de que el espíritu humano sea capaz de superar esta etapa. Personalmente, a veces, viendo lo que hay tengo serias dudas.
Y tengo para mí que esta realidad de la que escribe, con la brillantez habitual, Vargas Llosa ha entrado con una fuerza inusitada en el mundo de la empresa, o mejor dicho en el mundo de las personas en la empresa, es decir, en ese micro-mundo de los recursos humanos. Y así es habitual descubrir cosas cada vez más insólitas. Porque es este un foro en el que ha habido confluencias difíciles de entender. Me explico.
En un mismo entorno se han juntado los libros de autoayuda, los libros de gestión que dan las claves para el éxito, los seminarios con las claves del liderazgo de éxito, los libros y las ponencias para ser más feliz en el trabajo, las nuevas técnicas para mejorar casi cuánticamente, las técnicas para hacerse rico, el cómo hacerse emprendedor, etc. Añadamos a todo ello la diversidad de ponentes (listos eso sí, nadie lo podrá discutir) que son capaces de hablar de casi cualquier cosa, porque aparentemente casi cualquier cosa sirve para mejorar la gestión de la empresa, la motivación de las personas, su desempeño, su liderazgo, su creatividad, etc. Pero eso sí, siempre mucha espuma a su alrededor, no pasan desapercibidos porque en eso está su negocio. En cierto modo, el medio, se ha convertido en el mensaje. Soy consciente de que no era este el significado que Macluhan le daba a esta frase, pero me viene al pelo para estas líneas.
El objetivo es que quien asista a todos estos seminarios y haga todas esas actividades se lo pase bien. Y para eso, esta civilización del espectáculo es magnífica. Y tomando, de nuevo, como referencia el libro de Vargas Llosa te acabas dando cuenta que todas esas (a veces) frivolidades y placeres acaban inmunizando contra la preocupación y responsabilidad en lugar de dar lugar al encuentro consigo mismo a través de la reflexión y la introspección, porque lo intelectual a esa cultura veleidosa y lúdica le resulta aburrido y puede que hasta peligrosa.
Y queda la sensación de que ese único objetivo de que la gente se lo pase bien es porque, tal vez, ya no importa aprender quizás porque aquello que se aprendió en otros momentos solo encuentra luego barreras para ser implantado y para qué generar frustración (hay que cuidar a nuestra gente, que no se sienta frustrada), o quizás porque el pan y el circo no es solo una cuestión de la polis sino también de ese micro-mundo. En última instancia, me queda la sensación de que quien piensa y además se emociona puede intentar cambiar las cosas y eso siempre puede ser peligroso.
Y en medio de todo esto, seres humanos llamados quizás a la grandeza, quizás al servicio en el sentido más noble del término o quizás al encuentro de los demás poniendo a disposición los dones y talentos que llevan en su interior, miran con perplejidad, estupor y claramente con desencanto todo eso que ocurre a su alrededor.
Habría que acabar con todo esto. Pensemos en ello.