El episodio que narra el Evangelio de San Lucas en el que Jesús de Nazareth se encuentra con dos discípulos y que es conocido habitualmente como “Camino de Emaús” siempre me ha parecido de una belleza y de un contenido extraordinario. Del mismo, se pueden extraer muchas enseñanzas y, entre otras, la que a continuación me propongo exponer.

El Evangelio nos cuenta acerca de dos personas que van caminando hacia una ciudad llamada Emaús y que, al parecer, van hablando de los acontecimientos que habían vivido. No es difícil imaginar que la conversación estaba llena de tristeza porque sus comentarios versaban sobre la muerte de un hombre que para ellos había supuesto una enorme esperanza, y esa esperanza parecía irse diluyendo con el paso de las horas a pesar de que habían oído algunas historias que hablaban de que podía estar vivo, haber resucitado, pero nada de eso parecía convencerles.

En definitiva, una historia triste, unos acontecimientos dolorosos, unos recuerdos que oprimían en el corazón porque la expectativa no se había cumplido y no parecía que fuera a cumplirse y una interpretación de todo ello pesimista. Curiosamente, algo muy parecido a lo que nos suele pasar en nuestra vida con demasiada frecuencia: expectativas no cumplidas, recuerdos dolorosos, experiencias tristes y unas interpretaciones casi siempre pesimistas que hacemos sobre todo ello con el resultado ya conocido de “bajón” en nuestra vida.

Pero, resulta muy llamativo lo que Jesús de Nazareth hace con ellos.

En primer lugar les pregunta acerca de lo que van hablando, haciéndose de nuevas, les escucha. Después, les cuenta lo que habían escrito los profetas y les recuerda que todo eso debía de suceder así. Es decir, toma la experiencia de estos dos caminantes e integrándola en una realidad más objetiva, y que les trasciende, les ayuda a ver su presente (ese del que con tristeza venían hablando) de otra forma y consiguiendo de esa manera que más tarde se pregunten ¿no ardían nuestros corazones cuando nos hablaba por el camino?

Para mí, este pasaje ha sido una gran enseñanza. En mi trabajo acompañando a otras personas he comprendido que debo preguntar, escuchar y acoger, para luego ir integrando todo en una nueva y más amplia perspectiva, un nuevo enfoque, una nueva percepción que haga que la persona sea capaz de revisar esa realidad con otros ojos y desde ahí comenzar a encontrar las respuestas a sus inquietudes. En cierto modo, en ese pasaje Jesús de Nazaret pone unas luces largas para poder ver más y mejor.

No termina aquí la lección que aporta este texto. Los caminantes a Emaús le dicen a Jesús de Nazaret que se quede a cenar con ellos, que ya es tarde. Si lo pensamos un poco, esa misma petición solemos hacerla cuando alguien nos ayuda porque nos da seguridad. Queremos que permanezca a nuestro lado. Pero nuestro personaje principal no se queda, les deja allí porque el resto del camino habrán de hacerlo ellos solos. La misión de quien acompaña también ha de ser temporal, pues no se puede vivir la vida de los acompañados, son ellos quienes han de vivirla con su aprendizaje.

Y tengo muy claro que el objetivo de mi trabajo ha de ser conseguir ese metafórico “¿no ardía nuestro corazón?”. No es fácil lograr ese objetivo, pero ese ha de ser el camino o sendero, que quien acompaña, ha de transitar.

Este ha sido el texto que mejor me ha enseñado y definido lo que debe de ser mi trabajo, en su sencillez he encontrado más grandeza y comprensión de lo que es el ser humano y de cómo respetar su libertad, que lo leído en muchos tratados y manuales.